Let Each One Go Where He May. Ben Rusell


Me parece que si algo destaca por demás en este documental, es la maestría con la que nos logra meter en lo que miramos, no es simplemente situarnos en un cierto ambiente, sino realmente hacernos sentir que estamos dentro, que vamos a la par de los personajes recorriendo los empolvados caminos, los numerosos y largos trayectos. Es tanta la inmersión que logra, que de momentos sintiéramos el impulso de ver más allá del encuadre de la cámara.

Inclusive los momentos muertos nos dicen algo e invitan a la reflexión, curiosamente a diario estamos conviviendo con ese tipo de momentos, por más que los queramos saltar, y qué mejor manera de abordarlos que saber voltearlos a nuestro provecho y hacer algo con ellos, quizás una reflexión en cada momento muerto enriquezca nuestro día a día.

Un ejemplo de ésto en Let Each One Go Where He May es la primera secuencia en la que tenemos un estanque, lo miramos por un buen rato, aparentemente nada ocurre y están abiertas todas las posibilidades a que algo pase, poco después entra un hombre, las posibilidades se reducen, pero aún algo nos atrae y buscamos algo más que pueda ocurrir, al tardar en ocurrir cualquier cosa nuestra imaginación se echa a volar y comienza a preguntarse más cosas sobre lo que mira.

La cámara acompaña a los personajes en todo momento, en algunos de ellos hasta hacernos sentir el agobio que seguramente ellos también sienten, pero hasta en esas ocasiones nos regala un respiro con una mirada al cielo donde también pasa de estar en movimiento a una estatismo tranquilizador.

En resumen, Let Each One Go Where He May es un perfecto ejemplo de cómo introducir verdaderamente al espectador en un ambiente por mucho distinto al que está acostumbrado y que pueda así llegar a comprender, aunque sea una pizca, las condiciones en que se vive en lo que pareciera un mundo distinto.




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